El cultivo había cumplido su ciclo como viajero. Hasta el siglo XIX, había viajado desde Guayana a la región central, donde se ubicó particularmente en los valles de Caracas y de Aragua, y luego, en el siglo XIX, se desplazó hacia la región centro-occidental. Hacia 1880, habiendo penetrado desde algunas décadas antes las laderas andinas, el café se convirtió en el fruto por excelencia de esa región, y los tres estados andinos se perfilaron como líderes de la producción cafetalera nacional.
Los precios mundiales de café se habían mantenido bajos entre las décadas de 1820 y 1840, para luego recuperarse hasta alcanzar su nivel más alto, entre movimientos cíclicos de alzas y bajas, hacia mediados de la década de 1890, lo que favoreció a muchas zonas productoras donde el cultivo se había establecido en cierta escala antes de 1850, como sucedió en Venezuela, Haití y Costa Rica, y propició el fomento del cultivo en otras áreas, como Guatemala, México, El Salvador y Colombia. En ese contexto, se desarrolló la caficultura andina venezolana.
Para 1924 el estado Táchira pasó a ser el primer productor nacional, con un 28,73% del total nacional, seguido por Lara (13,94%) y Mérida (12,28%). El estado Trujillo, también andino, produjo un modestísimo 0,26%, pero para 1937 contribuyó con un 13,86% de la producción nacional de café. El cultivo había encontrado en los Andes su tierra de gracia, pero también de drama.
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